¡Ah!
El autobús iba lleno. Era hace veinte años, cuando eran pocos los vehículos del transporte público y, por si fuera poco, en invierno los pasajeros podían ir muy abrigados. Las casas y las calles eran mucho más fríos que ahora y en las primeras horas de la mañana y al atardecer la gente, abultada por las gruesas ropas invernales de colores oscuros, se agitaba con irritación en el trajín de las horas punta.
También esa mañana, sin colgarme de las agarraderas, cosa imposible, y oprimida por la gente desde ambos lados en el centro del vagón, leía una revista semanal. Entre empujones y apretujones, intentaba pasar la página de la revista cuando se oyó un
—¡Ah!
Era la voz de un niño de primeros años de primaria, con el uniforme escolar negro, al que oprimían contra mi pecho. Tenía la boca entreabierta y sus ojos parecían reprocharme algo.
Al otro lado de la revista había un manga y yo había dado vuelta a la página antes de que él terminara de leer la historieta.
El autobús traqueteaba y yo seguía balanceándome, pero mantuve el manga a la vista del niño. Sus ojos recorrían lentamente los diálogos en los bocadillos, que leía en voz baja. Apenas llegó al final, alzó la vista y me miró de nuevo.
El autobús empezaba a vaciarse y el niño daba señales de bajar pronto. Pero al parecer había olvidado el abono mensual, pues se registraba los bolsillos con angustia. Cuando le pregunté: «¿Lo olvidaste?», asintió con expresión de enfado. Saqué el importe del pasaje de mi monedero (no recuerdo si eran diez o quince yenes) y lo orillé a aceptarlo.
Con las monedas bien agarradas, estuvo un rato mirando por la ventana, mientras seguía meciéndose con el traqueteo, pero al bajar sacó un lápiz rojo del bolsillo del pecho y, sin mediar palabra, me lo ofreció. Era un artículo raro entonce: al retirar el cartón de la cubierta, salía la mina. Se lo habría regalado su padre o alguien más, tenía unos diez centímetros y ya estabamedio usado.
A través de la ventanilla del autobús, vislumbré fugazmente la menuda figura que corría, con la mochila escolar de cuero negro a la espalda, por la avenida arbolada de Yotsuya. El lápiz rojo, que sin duda había sido un tesoro para el niño, lo guardé en una caja vacía de chocolates junto a otros objetos importantes, y no sé cómo desapareció de ahí.
Hace poco empecé a cruzarme con un niño que paseaba un cachorro.
Tendría unos siete u ocho años, y el cachorro —negro, quizá un cruce de terrier—, era encantador. El niño, orgulloso de su mascota, caminaba despacio, como si advirtiera mi intención de elogiarlo. Era evidentemente tímido, pero anhelaba que admiraran a su mascota.
—¿Cómo se llama? —le pregunté. Acariciando la cabeza del perrito, respondió en voz baja:
—Kunta.
Seguramente el nombre venía de Kunta Kinte, el protagonista de Raíces, la famosa serie sobre la esclavitud y la persecución de los negros. Como vivo en un apartamento y no puedo tener perros grandes, a menudo me desahogo jugando con los ajenos.
Después de aquel primer encuentro, me crucé un par de veces más con el niño y Kunta. Me contó que estaba enseñándole a sentarse, que a Kunta le encantaban las galletas, y jugamos un rato.
Pasó un tiempo antes de que volviera a toparme con el niño. Ese día no llevaba al perro. Cuando le pregunté: «¿Ha crecido Kunta?», gritó: «¡Bah!», sacó la lengua, hizo una mueca de desprecio y echó a correr.
Ignoro si el perro murió o se lo llevaron, pero en cualquier caso, ya no está con el niño. Desde entonces lo sigo viendo: camina al borde de la carretera con aire resentido.
Es en momentos así cuando lamento no haber tenido hijos.
Kuniko Mukoda/aa
(De La copa dormida (眠る盃), que con precisión es una copa de sake, y quizá podría traducirse como alcohol dormido. Es el título del libro pero también el del primero de los relatos que contiene, y una cita de un poema célebre, en el que cobra sentido: en el líquido en calma se refleja la luna).
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あ
バスは混んでいた。
二十年も前のはなしだから、乗物の数も少なく、おまけに乗る人間も冬は厚着であった。家の中も街も今よりずっと寒く、人は暗い色の冬支度に着ぶくれて、殺気立って朝晩のラッシュに揺られていた。
その朝も、私は吊革にもブラ下がれず、車の真ん中で左右から人に押されながら、週刊誌を読んでいた。
押しあいへしあいの中で、二つ折りにした週刊誌のページをめくろうとすると、
「あ」
という声がする。
声の主は、黒い学童服を着た小学生低学年らしい男の子で、私の胸のところに押しつけられている。その子は、ちょっと口をあき、訴えるような目で私を見た。週刊誌の向こう側には、漫画が載っていた。彼は、漫画を読み終らないうちにページをめくられたのだ。
私は漫画を少年に見せるようにしてまたしばらく揺られていた。少年の目が漫画の吹き出しのセリフの部分をゆっくりと追い、声を出して読んでいる。おしまいまで読み終えたところで、少年は目を上げてまた私を見た。
バスが少し空いてきて、少年は次の停留所で降りる気配があった。ところが、定期券を忘れたらしい。ポケットを探って困っている。
私が、
「忘れたの?」
とたずねると、怒ったような顔をしてうなずいた。私は、小銭入れからバス代を出し(十円だか十五円であったかおぼえていない)少年の手に握らせた。少年は、小銭を握ったまましばらく外を向いて揺られていたが、降りぎわに胸のポケットから赤筆を抜いて黙って私に突き出した。ボール紙をむくと芯の出てくる、当時としては珍しいもので、父親か誰かに貰ったのであろう、十センチほどの使いかけであった。
黒革のランドセルを背負った小さい姿が、四谷の並木道を走ってゆくのを、私はバスの窓からちらっと見た。
少年の宝物だったに違いない赤鉛筆を、私は大事なものを入れるチョコレートの空箱に仕舞っ
ておいたのだが、いつとはなしにどこかへいってしまった。
つい最近、仔犬を連れた少年と顔馴染になった。
七つか八つの男の子で、引っぱっている黒の仔犬が、テリアかなにかの雑種らしいがなんとも可愛いい。少年はこの犬が自慢らしく、まあ可愛いいと声をかけそうな私の気配を察してか、わざとゆっくり歩いている。はにかみ屋の癖に犬を賞めてもらいたいのだ。
「なんていう名前?」
とたずねると、黒い犬の頭をなでながら小さな声で、
「クンタ」
と教えてくれた。
テレビで放映され評判になった黒人迫害史『ルーツ』の主人公クンタ・キンテから取ったのであろう。アパート住まいで大は飼えないので、私はよく他人様の大で憂さばらしをする。この少年とクンタには、それから二、三回出逢い、いまお座りを仕込んでいること、クンタはクッキーが好物であることを教えてもらい、一緒に遊ばせてもらった。
しばらくして、また少年に出逢った。
この日は犬を連れていなかった。「クンタ、大きくなった?」とたずねようとしたら、少年は突然大きな声で、
「ベエー」
と叫び、舌を出して憎ったらしい顔をした。そして小走りに行ってしまった。
犬は死んだのか貰われて行ったのか、いずれにしても少年のところには居ないのであろう。それからも少年を見かけるが、道の端を、ちょっと拗ねた格好で歩いている。
子供を大なかったことを悔やむのは、こういう時である。