Para el Gran Maestro los Cielos y la Tierra1 no son más que una mañana, y son un instante los siglos de los siglos. En su casa el sol y la luna son puerta y ventana; los puntos cardinales son su patio y sus rutas. Va de aquí para allá sin rumbo fijo, sin dejar huella2 y a su guisa; su residencia no tiene muros ni techo. La bóveda celeste es su toldo; la estera terrenal, su lecho3. Obedece en todo a su capricho. Vive en beatífica despreocupación, tan pronto ebrio como sobrio.
Enterados de sus costumbres, ciertos nobles señores, letrados confucianos, lo recriminaron y, sin escatimar los gestos de desaprobación, con miradas de encono y rechinando los dientes, le asestaron un sermón sobre las reglas de la decencia y echaron a zumbar sus faltas sobre su cabeza, como un enjambre de abejas4.
Apenas empezaron, el anciano caballero se llenó otra copa, tomó asiento y, sin dejar de acariciarse la barba, fue bebiendo espaciadamente su vino, hasta embriagarse plena y placenteramente, alternando los intervalos de absoluta inconciencia con los lapsos de relativa lucidez. No oía los truenos y no habría podido ver el Monte Tai5. El calor y el frío ya no existían para él. Era incapaz de seguir el funcionamiento de su propia mente. Los asuntos de este mundo le parecían meras lentejas de agua sobre el río. A su lado, los nobles y sabios caballeros eran como dos avispas que intentaban convertir a una oruga.
La “Oda al vino”, escrita en una prosa rítmica que procede por contrastes y paralelismos, es la única obra que se conserva de Liu Ling, uno de los Siete sabios del bosque de bambú. Es una pieza de exaltación taoísta, que opone la autenticidad y la libertad, la levedad y el desprendimiento, al pensamiento jerárquico confuciano, y se burla tanto de sus dicotomías morales como de la figura del letrado venerable. Es también un manifiesto estético que, escrito en el siglo III, resonó hondamente en poetas Tang como Li Bai, el divino borracho; Du Fu, que exaltó a los Ocho inmortales del vino; Wang Ji, que veía en la ebriedad la entrada al Tao, y Zhang Xu, el calígrafo, que solo dominaba el pincel cuando estaba borracho.
Hay una magnífica versión inglesa de Herbert Allen Giles6, en esa elegante prosa victoriana cara a Borges. Hay otra, en versos rimados, con más de una interpolación for the sake of rhyme and rhythm, de Richard B. Mather7. Y alguna más en verso libre sin crédito, derivada de las anteriores. El texto en chino moderno está en Chinese Text Project. En su Shin shaku kanbun taikei (Nueva versión de clásicos chinos, Meiji Shoin, 1998), Akira Takeda presenta, junto a su traducción, el texto original, sin puntuación.
酒德颂
有大人先生,以天地為一朝,萬期為須臾。日月為扃牖,八荒為庭衢。行無轍跡,居無室廬。幕天席地,縱意所如。止則操卮執觚,動則挈榼提壺。唯酒是務,焉知其餘。
有貴介公子,搢紳處士,聞吾風聲,議其所以。乃奮袂攘襟,怒目切齒。陳說禮法,是非鋒起。先生於是方捧甖承槽,銜杯漱醪。奮髯踑踞,枕麴藉糟。無思無慮,其樂陶陶。兀然而醉,豁爾而醒。靜聽不聞雷霆之聲,熟視不睹泰山之形。不覺寒暑之切肌,利欲之感情。俯觀萬物,擾擾焉如江漢之載浮萍。二豪侍側焉,如蜾蠃之與螟蛉。
id est: la eternidad.
Lao-Tze, Tao Te King, XXVII: “Un buen viajero nunca deja huellas”. (Versión de Ezequie Zaidenwerg).
Wang Ji (s. VII), “Canción del borracho”: “El país de la ebriedad no tiene fronteras: su gente yace en el regazo del cielo.
Alude a la creencia china de que las avispas paralizan a las orugas para que sus larvas las devoren. Liu Ling sugiere que los confucianos "parasitan" la libertad ajena.
En el confucianismo el Monte Tai representa lo inmutable. Cf. Analectas 6:23. Al ignorarlo, Liu Ling rechaza su autoridad.
Gems of Chinese Literature (1922).
Shih-Shuo Hsin-Yu: A New Account of Tales of the World, University of Minnesota Press, 1976.
hay avispas que efectivamente parasitan a las orugas y las consumen lentamente. Darwin usó ese argumento para dudar de la existencia de Dios.
¡Muy bueno!