La vida así

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Un enjambre de moscas japonesas

Un enjambre de moscas japonesas

Visiones y versiones

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Aurelio Asiain
jul 24, 2023
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Un enjambre de moscas japonesas
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I. Agosto

Era agosto y estaba de pie ante la ventana del estudio, mirando sin ver hacia el jardín, cuando caí en la cuenta: —Una mosca —dije. No recordaba haber visto una en meses, desde que llegamos a la ciudad, y pasaron varios más antes de que viera otra. Tantos, que di en preguntar a dónde se habían ido, hasta que alguien me informó: las habían exterminado, esterilizándolas para evitar que se reprodujeran. La historia me pareció fabulosa, aunque no increíble, y me tomó mucho tiempo averiguar que era una verdad a medias. La Técnica de Esterilización de Insectos se aplicó en la década de 1970 para eliminar la mosca del melón en Okinawa y otros bichos, pero la escasez de la especie doméstica en el centro de Tokio se explica por razones más sencillas: la limpieza de la ciudad y la disciplina de sus habitantes. Salvo en ciertas zonas y a ciertas horas, apenas se ve basura en las calles. No es que no la haya: en una cultura en la que son tan importantes las envolturas —en todos los sentidos—, la producción de basura es abundante. Pero es sobre todo basura limpia: envolturas de envolturas que se eliminan, también, meticulosamente empaquetadas, y sólo sale al aire cuando los cuervos, en busca de comida, rompen las bolsas que la contiene. Por eso en Tokio la basura se asocia más bien a los cuervos.


2.
Cuervos

Las moscas, como los cuervos, despiertan pocas simpatías. Son diurnas, pero se asocian a la noche y la negrura; surgen en la lujuria del verano, pero las llama el aroma de la descomposición. Van y vuelven por el camino al más allá revoloteando alrededor del psicopompo. Son animales ominosos y también, en muchas culturas, emisarios equívocos. A la charlatanería irresponsable de los graznidos corresponde la ruidosa obstinación del zumbido. Nos distraen, nos irritan, las alejamos con un manotazo y cerramos la ventana para descubrir que han quedado adentro.


3.
Mayo

Son inevitables. Aparecen ya en el Kojiki, el más antiguo de los libros japoneses, en un momento siniestro de la creación del mundo en el que la luz se retiró, las tinieblas se extendieron sobre el llano celeste, “las voces de las deidades malignas fueron como enjambres de moscas de mayo, y surgieron mil y un portentosas calamidades”. Esos enjambres ominosos están también en los Salmos, pero mientras las moscas bíblicas evocan el desierto y el hambre, las de estas islas sugieren la abundancia y la plenitud del verano, que en el calendario antiguo empezaba en mayo. Esa precisa referencia temporal es característica de la cultura japonesa, lo mismo que la sensibilidad de un oído para el que un escándalo de moscas podía dar idea de la voz de los demonios. Al mismo tiempo, son más leves: apenas una imagen, en la que no devoran sino zumban.

Casi no me sorprende, dada la importancia que tiene el silencio en la cultura tradicional japonesa, y la atención que presta su oído a la voz de los insectos, que todavía en el japonés contemporáneo la palabra urusai, “ruidoso, molesto, fastidioso”, se escriba con tres caracteres cuya lectura literal es “mosca de mayo”.


4.
Patas

Quizá no haya literatura en el mundo tan poblada de insectos como la japonesa. En un capítulo memorable del Genji monogatari, misteriosamente eliminado por Arthur Waley en su traducción, el príncipe Genji prepara subrepticiamente un concierto íntimo de koto en casa de su amada, a la que está a punto de perder, y dispone que se pueble el jardín de grillos, para que den la melancólica música de fondo. No muy lejos de ahí y en esos días, Sei Shônagon hace un aparte en el pasaje que dedica a los insectos en su Libro de la almohada y anota: “Nada más desagradable que una mosca: pertenece más bien a la lista de cosas detestables. No son lo bastante grandes para merecer el odio, pero de tal modo se posan en todo en el otoño, y es tal la sensación de sus patas viscosas al posarse en el rostro... ¡Y aun hay gente que se llama con su nombre!”


5.
Issa

Se posa en todo. Es una intrusa, una impertinente. Está de más y nadie la echa de menos. Pero alguno se ha detenido antes de arrojarla. Entre los cientos de poemas sobre la mosca y sus irritados cazadores que han escrito los japoneses, el más famoso –hay un libro entero sobre su larga genealogía y su vasta progenie– es sin duda el de Issa Kobayashi (1763–1827), que ha traducido con gracia a nuestra lengua el poeta cubano Orlando González Esteva:

やれうつな蠅が手をすり足をする
yare utsuna hae ga te wo suri hashi wo suru

¡No, no esa mosca!
Se retuerce las manos,
los pies, implora.

La rima no está en el original, pero sí la aliteración suri / suru que la justifica. Se trata del verbo “frotar”, que aparece también en otro poema de Issa, menos conocido y que en español puede desdoblarse –acaso ilegítimamente, pero sin traicionar el sentido literal– en una visión bienhumorada de la comedia social.

椽の蠅手を摺るところ打たれけり
en noe hae te wo suru tokoro utarekeri

En la veranda
se frotaba las manos
la mosca muerta.

No se crea, sin embargo, que Issa era siempre un franciscano. A veces, como cualquiera, se exasperaba y manoteaba –y, como cualquiera, salía derrotado:

群蠅の逃げた跡打皺手哉
mure-bae no nigeta ato utsu shiwade kana

Huye el enjambre
de moscas y me deja
la mano herida.

Le molestaba, como a todos, el insistente zumbido, que parece interpelarnos con la misma incomprensible ligereza con que los hombres reclaman atención a los dioses: 

蠅寺や神の下らせ給ふとて
haedera ya kami no kudarase tomau tote

Moscas del templo:
le piden a los dioses
esto y aquello.

El original dice haedera, que hace pensar en Hasedera, el hermoso templo a medio camino entre Kioto y el Gran Santuario de Ise que aparece en tantas obras, pero es un nombre inventado: Templo de las Moscas. Un templo budista en el que rezan a las deidades del shinto: señal de la confusión de los tiempos y de la ligereza de los hombres. El poema es una pequeña fábula y el poeta, aquí, un moralista. Un moralista al que el mismo poeta, en otro poema, mira con ironía –y por eso no me ha parecido mal convertir la invocación japonesa a Buda Namu Amida Butsu en un padrenuestro. 

蠅一つ打ってばなむあみだ仏哉
hae hitotsu utteba namuamidabutsu kana

A cada mosca
a la que haya golpeado,
un padrenuestro.


6.
Shiki

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