En 1988, al recibir a los Beatles en el Rock & Roll Hall of Fame, Mick Jagger recordó cómo almost got sick cuando se entero de que había, en el páramo musical inglés de principios de los sesenta en el que ellos, los Stones, se sentían excepcionales, un grupo —from Liverpool!— que, además de un contrato para grabar un álbum, había publicado ya un sencillo que estaba en los charts, la lista de éxitos, tres cosas que los inéditos Rolling Stones apenas soñaban. Love Me Do alcanzó entonces el modesto escalón decimoséptimo en Inglaterra, pero poco después el primero en Estados Unidos, Australia y Nueva Zelanda. Muchos jóvenes deben de haber sentido entonces, al escucharla por primera vez, una revelación definitiva, aunque sin saber describirla tan vivamente como Sting:
Estaba en un vestidor cuando sonó en la radio Love Me Do. Había algo en la sencillez de la canción, en las armonías de McCartney y Lennon cantando juntos, en la melodía tan simple del bajo y la parte de la armónica… Fue un poco como la emoción de escuchar a Elvis Presley. “Esto es algo nuevo. Esto es algo completamente revolucionario que cambiará mi vida”.*
O, en otra versión mejor:
Estábamos secándonos y, como de costumbre, lanzándonos toallazos a los genitales. Fue en ese momento cuando oímos los primeros compases de 'Love Me Do' desde una radio de transistores que había en un rincón. El efecto fue inmediato. Había algo en la rusticidad del sonido que puso fin de inmediato a las payasadas. La solitaria armónica de John y el bajo de Paul tocaban 'dos al compás', y luego la armonía vocal se movía en quintas modales hasta las terceras menores y de nuevo a una voz solista en el estribillo. No es que pudiera articular nada de esto en aquel momento, pero reconocí algo significativo, incluso revolucionario, en la economía sobria del sonido, y lo interesante es que todos los demás también lo hicieron.
Sting: Broken Music
La canción sigue siendo un éxito, pero a mucha gente le parece que fue una salida en falso. O, en todo caso, que es poca cosa. Porque, como escribió hace años y vovió a publicar hace poco aquí al lado Gustavo Noriega, «advertir que solo seis o siete años median entre la rusticidad de letra y música de Love Me Do y la complejidad del lado dos de Abbey Road no puede ser sino una sorpresa». Yo no hablaría de rusticidad, salvo en el sentido en que son rústicas las canciones medievales europeas, muchas veces perfectas.
Paul escribió Love Me Do a los 15 o 16 años, con una audacia verbal que en ese momento, en su lengua, no pasaba inadvertida, aunque ahora sea ya imperceptible, por la buena fortuna de la canción misma, y que para los hablantes de otras lenguas fue mayormente imperceptible: el arcaísmo enfático del título, que Lennon siempre admiró, y que da cuenta de su común pasión por Lewis Carroll, más el juego de desdoblar la misma palabra en vocativo y verbo contiguos. Dos detalles mínimos, pero fundamentales, que seguramente no habrán escapado a la atención de Alan Durband, el profesor de literatura discípulo de F. R. Leavis y experto en Shakespeare que infundió en McCartney la pasión verbal y el amor por la literatura.
La música le venía de familia, como se sabe, y la gracia de la canción está sobre todo en el fraseo del final de la estrofa, que originalmente cantaba Lennon, y especialmente en la brevísima y muy notoria pausa después del alargado please (pleee-eee-eee-ease…) y antes del ritornello, una pausa tan sabiamente calculada y tan poderosa, para mí, como el encabalgamiento de las primeras tres líneas de The Waste Land, e igualmente inaugural de una época. Y luego de esa pausa, el cambio en la voz de Paul, que emula de pronto la de Buddy Holly para que las palabras “Love Me Do” rimen con “Peggy Sue”, para quien sepa escuchar. Es decir que esas tres palabritas monosilábicas enlazan la primera canción grabada de los Beatles, un éxito modesto, al mismo tiempo con la literatura decimonónica inglesa y con el rock & roll del otro lado del Atlántico. The Beatles tomaron su nombre, no lo olvidemos, de The Crickets, la banda de Buddy Holly.
Lennon añadió la esencial entrada con la harmónica y la estrofa puente: “Someone to love/ Somebody new/ Someone to love/Someone like you” —que claramente no concuerdan del todo con “I’ll always be true”, promesa recurrente en las letras de McCartney durante toda su vida. Pero dejando de lado el puente de Lennon, puede verse con claridad cómo en la sencillísima letra de esa primera canción de McCartney, además de los ecos de Lewis Carroll, T. S. Eliot y Buddy Holly,
Love, love me do
You know I love you
I’ll always be true
So please
Love me do
hay también una premonición del pareado shakespereano de la última letra de McCartney para los Beatles:
«And in the end, the love you take
is equal to the love you make».
Love Me Do no es sólo una pequeña obra maestra, sino el principio perfecto para que la trayectoria de los Beatles concluya en el punto de partida. A mí, en todo caso, me sigue impresionando igual que cuando la escuché por primera vez, a mis dos o tres años, sin imaginar lo que se venía.
Oh yeah, all right
Are you gonna be in my dreams tonight?
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