Cinco días de estío, cinco noches,
la ignara, tosca, torpe mosca azul
se asió quieta al durazno y cada tanto
zumbaba: “¡Amada mía, hermosa mía!”
igual que en los Cantares.
El insecto es, mil veces agrandado,
grotescamente humano —aunque te rías—:
calvo y ojón, teatrales alas de hada,
hundido el pecho, hirsuta la mandíbula,
con largas piernas flacas.
El sexto día se advirtió su crimen.
¿Quién hubiera podido hacer ya qué?
Vengativo y mezquino hubiera sido
aplastar a la mosca por ser mosca
corrompiendo un durazno.
¿Y es muy justo llevar un microscopio
al juicio, aun en pos de la verdad?
Buen motivo sin duda habrá en Natura,
que sacia al portador de su epidemia
—y el durazno, sin queja.
Five summer days, five summer nights,
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