Antiguallas
Un callejón sombrío por el que sopla el viento
y una pequeña tienda de antiguallas.
Un montón de basura y chucherías.
Algunas tal vez útiles,
inservibles sin duda casi todas.
Cuánta cosa que más o menos pronto
acabará quebrándose.
Mal apoyado en un bastón dudoso
llega de cuando en cuando un viejecito,
compañero de escuela del que lleva la tienda.
Cobijados por las montañas de deshechos
se diría que son, sentados conversando,
las piezas más valiosas de la tienda.
Pero no tiene precio: les falta la etiqueta.
Visión en el festival del Templo
Entre la muchedumbre del mercado de pulgas
sentí que me tocaban el hombro y me volví,
pero quien haya sido se había ya esfumado
entre las cajas de peinetas alineadas.
Todo el cuerpo impregnado del humo del incienso,
estaba junto a mí, muy tranquila, una anciana.
Había ya caído la penumbra,
y una luz solitaria parpadeaba
no sé dónde, punzando.
Oscurecía, pero por ahí
pensé que habría un puesto de kobore-ume
y mientras caminaba,
arrastrando los pies inútiles, pesados,
supe que era mi padre quien se había esfumado.
Era al morir diez años más joven que yo ahora.
Mencioné y no sé porque no incluí estos dos poemas en la entrada previa. El segundo no se se refiere a cualquier mercado de pulgas sino al muy concurrido que se realiza el día 21 de cada mes en el Tôji (el Templo del Este) de Kioto, y que se llama Kôbô-san porque conmemora a Kôbô Daishi. De ahí el incienso.