Escribió Octavio Paz en la India en 1964:
Aparición
Si el hombre es polvo
esos que andan por el llano
son hombres.
Según se lea, pueden tratarse de 16 o 17 sílabas. El acento final en la cuarta sílaba del primer verso es quizá lo que me ha movido siempre a no hacer la sinalefa en el segundo, y a escuchar el acento también ahí en la cuarta sílaba, en la que se eleva así el andar de los hombres. De modo que en mi cuenta son 17 sílabas: la extensión canónica de un haiku. La visión evoca ciertamente algunas de las versiones japonesas de Paz. En primer lugar, un waka anónimo del Kokinshû:
Perdí mi rumbo,
los llanos del otoño
fueron mi casa.
Y sobre todo, claro, el poema final de Bashô:
Caído en el viaje:
mis sueños en el llano
dan vueltas y vueltas.
Pero el haiku de Paz recuerda otras cosas. A un lector mexicano le hará evocar con seguridad el paisaje de Juan Rulfo. Manuel Durán, que en 1971 lo señaló como llave de la segunda época de la poesía de Paz, lo imaginó en la India, pero no es forzoso. Ahora bien, lo que sí es imprescindible tener en cuenta es que el primer verso, enunciado como premisa de un silogismo, remite a una larga tradición occidental, que podemos remontar al Génesis, 3, 19., cuando Jehová, después de expulsar del paraíso a Adán y Eva, les dice (en la versión Reina-Valera): «Con el sudor de tu frente comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste sacado; porque polvo eres y en polvo te has de convertir».
Lo cual, como nos señaló Finley, también está en Homero, pues Apolo le advierte a Aquiles, amonestándolo por su encono contra el cadáver de Héctor (Iliada, xxiv 54), que «desfigura en su furia lo que ya es tierra insensible». Y, claro, en aquella oda de Horacio (IV, 7): pulvis et umbra sumus, polvo y sombra somos. De Horacio pasa no a Dante, que cuando oye a Beatriz hablarle de l’alma dentro a vostra polve (Paradiso, II, 133) tiene una visión beatífica, pero sí a Petrarca: Veramente siam noi polvere et ombra, y de Petrarca, entre otros muchos, a Leopardi, que en el Canto XXXI pregunta:
Natura umana, or come,
se frale in tutto e vile,
se polve ed ombra sei, tant’alto senti?
En español hay incontables avatares de la imagen, de Lope y Quevedo a Raúl Zurita, pero dos son particularmente memorables. Góngora: «en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada». Y la metamorfosis de esa visión en Sor Juana, que la intensifica: «Es cadáver, es polvo, es sombra, es nada».
El polvo se esparce desde luego por todas las lenguas europeas. Victor Hugo se lamentó en Quia pulvis es: «Poussière et genre humain, tout s’envole à la fois». Y T. S. Eliot lo recogió de la mano de John Donne : «I will shaw you the fear in a handful of dust».
La lista es interminable. Añado solamente, porque me encanta, el que baila apasionado en un poemita de Ben Jonson que traduje en el Libro de las moscas, y que pego aquí como imagen porque no sé cómo escalonar los versos en Substack.
La gracia del poema de Octavio Paz está en que le da la vuelta a esa tradición: en lugar de señalar que nuestro fin ineluctables es el polvo, dice que somos polvo andante.
Claro que ya antes del Génesis se oye en los Vedas (14.42):
Yo, el generoso Indra, el de inmensos poderes,
elevo el polvo.